La voz de la Quebrada de Humahuaca


Con su terroir extremo marcado por la influencia de las grandes altitudes, la exposición solar y los fuertes descensos de temperatura por las noches, la Quebrada de Humahuaca se ha convertido en eje de varias exploraciones vitivinícolas que dan a luz vinos de enorme personalidad.

Uno de los nuevos proyectos que más se destaca es El Bayeh, con la familia Manzur a la cabeza y el asesoramiento de Matías Michelini. Daniel Manzur, uno de los propietarios de la bodega, nos relata su origen y visión.

-¿Cómo fueron los inicios de El Bayeh?

DM: Si bien somos un proyecto nuevo, el deseo de plantar viñas en la finca siempre estuvo presente en el imaginario familiar.

El origen de nuestro emprendimiento se lo debemos a mi abuelo, Pedro Manzur, que se dedicaba al comercio frutihortícola y viajaba de manera asidua a la Quebrada de Humahuaca en busca de frutas y hortalizas para vender en las distintas ciudades. Esas visitas reiteradas propiciaron una estrecha relación con agricultores y vecinos del lugar.

En el año 1971 se afincó en Maimará, siempre con la ilusión de plantar su tierra con vides; pero por tiempo, falta de asesoramiento y dinero nunca lo logró. Ese anhelo caló hondo en sus hijos y junto a nosotros, la tercera generación, lo estamos haciendo realidad. 

-¿De qué manera se articula tu trabajo con el asesoramiento de Matías Michelini?

DM: Yo soy Licenciado en Administración y, si bien llevamos tres generaciones dedicadas a la agricultura, es la primera vez que hacemos viticultura. Por lo que estamos en un proceso de aprendizaje, tanto en el campo como en bodega.

Y en este punto fue Matías, con su gran experiencia y visión, quien nos marcó el rumbo y nosotros lo ejecutamos. En su primera visita a la finca ya se imaginó qué cepas teníamos que plantar y qué tipo de conducción, también tuvo la idea de cultivar en terrazas. 

-¿Qué desafíos tiene el trabajo en una zona extrema como la Quebrada de Humahuaca?

DM: Quebrada de Humahuaca es una región relativamente joven en cuanto a la viticultura. La explotación más vieja aquí tiene menos de 20 años, por lo cual el desafío más grande para nosotros era entender la dinámica del clima, que presenta una gran variación térmica, vientos que corren de sur a norte en las tardes y heladas tardías.

Por otro lado estamos en búsqueda de la variedad que más se adapte a la región, como así también buscando comprender las ventanas de cosecha.

 -¿Por qué eligieron a la uva criolla como principal protagonista de sus vinos?


DM: No fue una elección: confluyeron la historia y las ansias de empezar a hacer nuestro primer vino. Para embarcarnos en este mundo, Matías quería que entendiéramos el proceso, que conociéramos las texturas, los aromas y los tiempos de hacer vino.

Así nos encontramos con una antigua parra de uva criolla, cuyos frutos eran de consumo familiar, y rememoramos la historia de mi abuelo en la Quebrada y el deseo de hacer vino. Empezamos con un anuncio en la radio local para comprar uva a los vecinos y agricultores de la zona, que respondieron positivamente.

Fue una forma de volver al origen: empezar a visitar a cada uno de ellos (al igual que hacía mi abuelo) y convencerlos de que nos confíen su producción de uvas criollas, muchas de las cuales, sino la mayoría, ubicadas en los fondos de las viviendas. Fue así como nacieron nuestros vinos de pueblo Pequeños Parceleros.

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