Viñas viejas, la identidad de un lugar


Cara Sur, el proyecto que se inició allá por 2013 tenía como objetivo buscar viñas que tuvieran muchos años en el lugar y buscando y buscando llegaron al Paraje Hilario, en Calingasta, San Juan donde encontraron una mezcla de variedades tintas italianas. “¿Qué eran? teníamos como un lío infernal de información sobre las variedades que no podíamos llegar a conocer, ni nosotros ni el INTA” – cuenta Pancho Bugallo, viticultor y socio de Cara Sur. Tras algunas pruebas finalmente arrancaron en 2014 vinificando criolla chica y saliendo al mercado con esta añada “porque es una variedad maravillosa y ya habíamos probado algunos vinos del mundo elaborados con esta variedad . Yo creo que fue en ese momento en el cual Cara Sur comenzó a definirse como lo que es hoy”, dice Pancho.

Lo que comenzó como una búsqueda de un lugar terminó siendo todo un descubrimiento de la historia de un conjunto de cepas ancestrales sobre las cuales el equipo fue aprendiendo, un trabajo que los llevó, entre otras cosas, a trabajar junto al equipo del INTA en el mapa de las criollas de Calingasta, algunas nunca antes identificadas como el Moscatel Tinto. “Nadie mejor que estas viñas para contarnos sobre este Valle de Calingasta: hace más de 80 años que fueron plantadas y son muy equilibradas, equilibrio gracias al cual pudimos encontrarnos con grandes vinos de estas variedades”.

El Valle de Calingasta es un valle de montaña que tiene al oeste la cordillera frontal y al este la precordillera de San Juan. Es un valle muy extenso con dirección norte-sur en pendiente surcado por tres ríos: Los Patos, Castaño y Calingasta, en el cual confluyen los dos anteriores hasta desaguar en el río San Juan. A lo largo de esta geografía se pueden encontrar distintos tipos de suelos y pequeños valles con características propias, donde los suelos presentan una carga mineral interesante y variada dependiendo de la zona. En el Valle de Calingasta encontramos alturas entre los 1700 y 1400 msnm, las temperaturas son extremas y se presenta una gran amplitud térmica. A lo largo del año llueve muy poco, unos 50 milímetros aproximadamente, lo cual ha hecho que las comunidades que habitan la zona generen unos oasis en los márgenes del río, algo que, de alguna manera, mejora el clima soleado.

 “Queremos seguir buscando lugares nuevos, más altos y plantar estas variedades que tenemos porque consideramos que son las que representan mejor el lugar, de manera tal que no se pierdan”, dice Pancho. Y es que siente que hoy en día hay una mayor receptividad por estos vinos, si bien ya existía un público que estaba interesado sobre todo al comienzo porque era una novedad, hoy ve cómo esta clase de proyectos van ganando más lugar. “Recuerdo algunos viajes a Europa que hicimos, España, Francia, Alemania, Portugal cuando descubrimos que en el Viejo Mundo ya había productores que estaban volviendo a trabajar viñas viejas con variedades ancestrales y fue algo maravilloso saber y ver que ese modelo de viña con una arquitectura más rústica funcionaba, que estaba en marcha. Eso nos permitió darnos cuenta del potencial del camino que habíamos comenzado a andar y fue algo que nos marcó mucho”.

A Pancho y a su familia les cuesta verse en otro lugar que no sea donde están, en estos días en los que se están también estrenando como padres de su primer hijo, también estrenan bodega tras un largo tiempo en obra y van haciendo algunas mejoras en las viñas, poniendo palos y alambre nuevos, plantando criolla chica a pie americano y otras a pie franco, sumando una parcela de blancos y buscando crecer en volumen de producción también, pero el mayor objetivo que tienen para un futuro inmediato es lograr que los parrales estén todos recuperados al 100%. 

“Hay que salir a buscar más proyectos como estos porque ayudan a dar a conocer cada vez más y mejor el potencial vitivinícola que Argentina tiene. Faltan aún muchas historias por contar…”

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