Los zorros y las uvas


 “El vino nos inicia en los misterios volcánicos del suelo, en las escondidas riquezas minerales …” 
Marguerite Yourcenar- Memorias de Adriano

El amante del vino debería dejarse seducir, Yourcenar tiene razón, por los misterios del suelo, las escondidas riquezas minerales, los aromas, los sabores y las texturas,  por la pasión de los hacedores. Y también por las mejores combinaciones posibles con otros goces: los disfrutes gastronómicos, los amigos o la soledad, la música o un libro.  Insistimos: el vino es el vino y sus circunstancias.  Más existencial que esencial.

En la inauguración de Huentala Wines, en Gualtallary, un soñado terruño del Valle de Uco, terroir codiciado desde donde  salen  los mejores vinos de Argentina, y quizás, cada día más, entre los mejores vinos del mundo, se dieron todas estas condiciones para que una vez más el vino produjera el milagro de la felicidad en tiempo de cólera.

Bajo el cielo protector de Gualtallary, junto a descomunales esculturas de tres  enormes zorros, obra del artista mendocino Orlando Leytes, se juntaron estos animales majestuosos, las uvas y el Tupungato.  

Los viñedos de la finca fueron diseñados por un paisajista, responsable también de la entrada, esos muros con plantas trepadoras que parecen haber estado allí desde siempre. Son un tributo a la arquitectura Huarpe pero también me recordaron a las pequeñas iglesias románicas de los Pirineos. 

Esos zorros son los custodios  de los viñedos  de Malbec, Cabernet Franc, Cabernet Sauvignon, Chardonnay, con los que se elaboran varietales, blend, vinos kosher y los vinos de esta celebración, un  Homenaje a los enólogos. 

Julio Camsen, propietario de estas 230 hectáreas en el Valle de Uco, de los hoteles Huentala y Sheraton,  asesor de inversiones, amante de la vida, de los vinos, de los amigos y  de los sombreros es, además coleccionista de arte, otra de sus pasiones .Por eso las esculturas. Este ser afable convocó a sus amigos, esos cómplices del asado, las empanadas, las charlas y las risas  para que elaboraran estos vinos que constituyen el Homenaje a los enólogos. Allí estaba Jorge – El Flaco Riccitelli-, Pepe Galante, Marcelo Pelleriti, Mariano Di Paola y Roberto de la Mota. Se divirtieron probando blend, construyendo estos vinos fantásticos, sin alharacas. En ese marco encontré a mis amigos enólogos, un encuentro rico y rebosante de recuerdos. Estaban también José Spisso, maestro del Tempranillo, y Silvio Alberto, ahora el entusiasta gigante enólogo de Bianchi, la bodega sanrafaelina que también posee fincas en este paraíso, el Valle de Uco. Estos primeros vinos los elaboraron Riccitelli, Roberto de la Mota y Pelleriti. En una próxima edición se suman Daniel Pi y Mariano Di Paola. 

Hablando con esos hacedores del pasado bastante cercano, confirmé una vez más que cada vino remite a una historia única. Aromas y sabores que despiertan el recuerdo, los países, las nostalgias y los goces.

Me pregunto siempre como transmitir las virtudes o características de un vino a los consumidores, interesados en los misterios y los disfrutes  de este  escabio ancestral, acompañante de la historia de la humanidad. No hay duda que este es un tiempo en que se impone atraer más consumidores, jóvenes o viejos, al misterio  del vino. No se puede atiborrarlos con descripciones técnicas que producen un efecto contrario. Una crueldad con el consumidor y con la industria. “…no seamos más crueles con él que con nosotros mismos  tratémoslo como a un igual…” escribió Baudelaire. Eso puede referirse a los vinos y también a la gente.

Asocio con algunas experiencias existenciales, donde el vino quedó para siempre atrapado en los recuerdos: un Syrah de Mascara, en Argelia, viñedos que ya no existen, disfrutados con trillas en restaurante del puerto de Argel. Una manzanilla de Sanlúcar de Barrameda, casi con los pies en el mar, con langostinos enormes y ricos. Un López Blanco en un chiringuito de playa en Ostende, una mañana muy especial junto a una persona muy especial. La primera vez que probé Château d' Yquem, en el campo, cerca de Helsinki, o una botella de ese mismo vino cosecha 1939 que me regaló mi amigo Manuel Mas porque no se atrevía a abrirla. Lo hicimos y la disfrutamos- solo un dedalito- junto a un paté de hígado a falta de foie gras, una noche lejana  en una terraza porteña. El Cheval des Andes su primera (en realidad segunda versión, junto a Miguel Brascó en Saint Emilion). Hay muchísimas más y cada vino tiene las suyas. 

Quedan en los sentidos, tampoco vas a andar por la vida con una libretita anotando todo. La memoria  atesora y filtra. El  hígado, si el vino es bueno, también.

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