El vino es un deseo


Por Mariana Gianella

Zuccardi Q, de padres a hijos.

¿Los vinos tienen historia? ¿Existe algo así como la historia de un vino? Solemos decir que nos gusta que el vino esté entre medio de las personas, que acompañe lo que pasa, que no sea el protagonista sino que simplemente tienda los puentes necesarios para que la gente se una, arme fantasías, cree ideas, se ría y que entre palabras y abrazos algo de la vida cotidiana permita ese destello que ocurre cuando los egos se apagan y las conexiones afloran.

Aun así hay algo que ocurre con los vinos y el tiempo que es difícil de explicar.

Así como la fotografía detiene ciertos rasgos de la imagen en un plano, un momento congelado para siempre, una memoria hecha color. Así también los vinos van deteniendo pequeñas fracciones del tiempo dentro de las botellas. Vendimias y trabajos, granizos y pueblos, decisiones y azares. El tiempo que contiene cada vino no tiene que ver con la guarda, tampoco con lo estrictamente climático. Más bien es como un aire de época que se abre, las expectativas, la forma de hacer vino, la cosecha, las etiquetas y los estilos. Como si uno tuviera la posibilidad de abrirse a la persona que fuimos hace 20 años y olerse el cuello, mirarse los colores, tocarse la piel y el pelo, cruzar algunas palabras con uno mismo,  averiguar qué decíamos. 

El vino es así, una huella digital de un momento, fotos que puestas unas al lado de la otra forman algo similar a una historia. Los últimos veinte años del vino argentino han hablado tanto de nosotros, han dicho tantas cosas de nuestra tenacidad, de nuestra terquedad, de las ganas de avanzar, porque, qué es el vino sino eso, ganas. 

Este año se cumplen 20 años de Zuccardi Q. Pocos vinos cumplen años, pero este además proviene de una familia innovadora que le encanta escapar de los estereotipos. Zuccardi es difícil de abarcar, pero es una buena excusa empezar por un cumpleaños. Contaré un poco entonces la historia, a ver si en lo pequeño encontramos lo gigante, porque si de familias que han cambiado la viticultura argentina hablamos, Zuccardi definitivamente, es una piedra angular. 

1997 era la época del volumen y de las variedades productivas. Chardonnay, Malbec, Cabernet Sauvignon, Merlot. 

Pero, José (“Pepe” para la mayoría),  estaba pensando mas bien en buscar algo que se distinguiera de otras cosas, que marcara un impacto. Pepe buscaba calidad y la encontró en un tempranillo plantado por su padre en 1974.  Zuccardi Q nació entonces como un tempranillo de alta gama que venía a romper los esquemas de las cepas que se mencionaban en la época y a decir de a poco que el vino argentino estaba para más. Así lo hizo concursando y ganando premios, pero más que nada así lo hizo por interrumpir la inercia del Malbec que tanto amamos, con una cepa que se convirtió en insignia y símbolo del expertise de la familia. 

La llegada al vino de los Zuccardi fue un tanto azarosa, y el azar maridado con una tenacidad de temer, ha marcado el camino desde entonces. Alberto, “el abuelo”,  era ingeniero civil, y en la década del ´50 llevó a Mendoza un sistema de riego adaptado. Trataba una y otra vez de convencer a la gente de campo de que ese sistema traería muchos beneficios a sus cosechas, pero la gente de campo no entendía sus explicaciones. Finalmente, y a los fines prácticos de ser entendido, compró 16 hectáreas de un viñedo para mostrar a los potenciales clientes las maravillas del riego californiano. 

Lo que Alberto no imaginó nunca, fue que las horas transcurridas en la viña pronto se convertirían en una pasión de la cual no podría, o no sabría escapar. El viñedo se llevaba tanto su atención que en 1963 compró la primera finca en Maipú y decidió dedicarse a la producción de vino.  En 1969 logró poner en pie la Bodega y fue en el ´73 que compró tierras en Santa Rosa. Allí lo tenemos, veintitantos años después, a su hijo Pepe, mirando el Tempranillo con cariño. 

José tomó la posta de la bodega de su padre en los años 80. Era la época de posicionar al vino argentino en el mundo. Se buscaba ampliar la calidad y descubrir cuál era el potencial que teníamos. El Zuccardi Q nace queriendo ocupar el lugar de una convicción, y no se equivocó, porque más allá de que hoy no es la línea ícono de la bodega, podemos decir que es un vino que ha marcado una decisión de calidad en cuanto a la expectativa que se tenía de nuestros vinos. Lo más profundo que nos deja el Zuccardi de finales de los 90 fue la decisión de que los grandes vinos no los hiciera el mercado, sino las convicciones. Vinos que los convencieran, que les gustaran, que los emocionaran. Una magia que no siempre va de la mano de lo que termina sucediendo, pero que en el caso de los últimos 20 años de Zuccardi, marca un profundo rumbo y un hermoso maridaje entre lo que las convicciones dictaron y lo que la gente amó.

El espíritu siempre fue ir más allá. Innovar, no quedarse cómodos. En 2008 se creó el área de investigación y desarrollo sobre las variables que inciden en el vino. Porque para tomar decisiones había que tener conocimiento. 

Sebastián tomó la posta en 2005, y con él vino el trabajo exhaustivo sobre el Valle de Uco. En seguida hubo una predilección por las zonas más altas y las uvas que aportaban al Zuccardi Q provenían de casi todo el valle. Tupungato y Gualtallary empezaban a sonar como música. La línea cambió su estilo a vinos más frescos con fluidez de boca, disminuyó el impacto de la madera, y fermentaban en hormigón. El foco empezó a ser cada vez más profundo. Elegir la variedad según la zona y el viñedo. Así nació un concepto de origen que marca hasta el día de hoy un rumbo, el más interesante quizás, que han tomado los vinos. 

En el año ´99 era el Tempranillo del abuelo, luego se sumaron el Chardonnay y el Malbec, más tarde el Cabernet Sauvignon y el Merlot. Dos bodegas instaladas, Santa Julia y Piedra Infinita, cada una en su segmento. Pero tal vez lo que sea imposible de dejar de lado en esta historia, es que la vida del Zuccardi Q se parece mucho a la historia vitivinícola argentina de los últimos 20 años. Quizás las velitas que soplamos hoy puedan ser las que soplamos por el profundo esfuerzo que se ha hecho en el sector para salir adelante, posicionando y encontrando con innovación nuevos horizontes donde ver más lejos. Quizás esta sea la torta que vale la pena compartir, la que no ahonda en egos y pequeñeces, e invita a revisar porqué estamos donde estamos y por dónde habría que seguir. 


¿Por qué la Q?

Sabemos que el interés por  universalizar el gusto en ciertos sectores ha puesto varias veces la heterogeneidad del vino en peligro. El vino no es un commodity, o no debería serlo. El concepto de calidad de Pepe radicaba desde el principio en la variedad y en la procedencia, y con el tiempo Sebastian profundizó el sello de la identidad. Los tanques o barricas que se destacaban como “el mejor viñedo” o “la mejor zona”  eran marcados con una Q de Quality, y así en la recorrida que uno podía hacer sabía que la mejor calidad se hallaba en esos tanques. Cuerpo, peso en boca ganando en fluidez y estructura tánica. 

Zuccardi Q nació en el medio de un traspaso generacional natural, de padres a hijos, de abuelos a nietos. Y las cosas se fueron dando por convicción, porque hacer vino no es una receta, se modifica, es flexible, y en su mutación está el conocimiento. La posta que cada generación toma debe valorar lo mejor y proponer lo superador. Este es un país donde las postas generacionales han sido complicadas. Estamos ante un vino que ha sabido mantener una línea  coherente, un perfil equilibrado entre lo tradicional y lo más moderno. Con un pie en el pasado, el abuelo mira desde su viña de Tempranillo, con un pie en el futuro Sebastian saluda desde una calicata en Uco. En el medio, Pepe pinta tanques y barricas con una Q. 

El vino no es solo vino, es una puerta de entrada a un amplio parque de diversiones en los que se dirime la buena vida, una de verdad, con calidad, no la que necesita riquezas, sino la que necesita criterios. Y todas las conexiones que nuestra humanidad va teniendo con quienes nos rodean empiezan una vez que se conoce una botella en profundidad. El vino es una puerta de entrada porque no se queda allí, no nos ahoga en la simple razón del vino, nos acompaña a comer mejor, a mirar los detalles de una manera amable, no obsesiva, amorosa. Nos invita a conocer otras bebidas, otras comidas, otras formas, combinaciones inesperadas, cuadros, imágenes, letras, naturalezas. Esos detalles que conforman la vida que llevamos nos enseñan una mejor versión de todo. El vino no necesita voz para hablar, nos conduce por nuestras rutas internas diciendo las cosas más espontáneas, como un copiloto que te cuenta anécdotas divertidas, pone buena música en la radio y te da café, para que disfrutes de lo que falta.

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